El drama griego

Como niños que juegan con la pelota y rompen un cristal, el modelo social se apresta a encontrar un culpable: ¿Quién fue?. Esta culpa-habilidad, la habilidad por encontrar un culpable para cada problema es una triste herencia del calvinismo. Las crisis nos fuerzan a encontrar responsables y, aquí interviene Calvino, a considerar que los males son el resultado de los errores. Si se quedó sin trabajo, no estuvo a la altura del mercado. Si le expulsan de su casa, no gestionó bien su pasado. Si vive en la calle, se equivocó en sus decisiones. El calvinismo identifica consecuencias con causas, de manera que los que tienen problemas no son las víctimas de nada, sino los incompetentes gestores de su pasado, que les ha llevado a este presente. También los griegos: Si están en un hoyo, ellos lo cavaron. Hay una competición internacional por señalar con el dedo a los griegos por su incompetencia. De manera que la pobreza que asola el país no es un mal, sino un castigo. 

La crisis 

Vivimos en una crisis global y, como todas las crisis globales, tiene responsabilidades globales. Que no es lo mismo que no tiene responsables. De forma creciente, asumimos que la regulación no era más que un freno para el progreso. Y deshicimos los controles financieros, facilitamos la distancia creciente entre valor y precio, liberalizamos el suelo, obviamos cualquier compensación por las externalidades negativas y miramos para otro lado ante estrategias descaradamente oligopólicas. Creamos un modelo de creación de riqueza piramidal, basado en sobrevarorarlo todo: las punto com, el suelo, la vivienda, los aeropuertos, las urbanizaciones, las fusiones de empresas, las fusiones de fusiones… 

Los gobiernos desactivaron los mecanismos de control. Las empresas se aprovecharon de plusvalías desconectadas de cualquier conexión con la realidad. Los particulares pidieron créditos basados en activos que estaban descaradamente sobrevalorados. Los bancos prestaron sin tener en cuenta el más elemental principio de análisis de riesgo, llegando a imponer préstamos a mano armada. Los bancos centrales avalaron los préstamos y fomentaron préstamos basados en préstamos. Y paquetes de préstamos basados en paquetes de préstamos. Las universidades crearon complejas teorías que avalaban conceptualmente lo que no era más que un sistema piramidal. una especie de Herbalife a escala planetaria. En 1997, Scholes y Merton ganan el premio Nobel por sus juegos de trileros que usaban los brókers para disfrazar de complejidad postmoderna lo que no era más que un imprudente castillo de naipes. ¿Y qué decir las empresas de evaluación de riesgos, financiadas directa o indirectamente por las empresas financieras, con la bendición los propios gobiernos?. 

La crisis es el resultado directo de la ausencia de mecanismos de control y la hegemonía de una ideología neoliberal, que desactivó uno por uno los sistemas que garantizaban el control. Un sistema que, favorecido por una economía mundo, no encontraba gobiernos competentes que reconectasen economía financiera y economía productiva o, si lo prefieren, informes con realidad, riesgos nominales con riesgos reales. Mientras tanto, esta ideología forzó la desregulación del mercado de trabajo, aplaudió la privatización de los servicios públicos, criticó los mecanismos de redistribución de la riqueza (territorial, social) y atemorizó a los gestores públicos, que empezaron a considerar los servicios públicos como un factor de pérdida de competividad. Aceptamos que menos peso de lo público es más capacidad de crecimiento e ignoramos los efectos indirectos de la reducción de becas, la eliminación de centros de educación o la progresiva privatización de los servicios sanitarios.

Aunque esta inmensa locura colectiva es una responsabilidad de todos, hay que hacer notar que los efectos de la riqueza imaginaria son muy desiguales. Curiosamente, en un momento en el que la economía vive subida en un Dragón Khan en el que todo parece posible, las diferencias entre ricos y pobres no hacen más que crecer. En 1980, cada 100 dólares de crecimiento en el mundo, suponía en el 20% más pobre un crecimiento de 2,20 dólares. En 2001, cada nuevos 100 dólares representaban en este colectivo 60 centavos. Unos pueden permitirse unas vacaciones en Marina d’Or, porque han pedido un crédito hipotecario que les ha ofrecido más de lo que precisan para costear la casa y utilizan el excedente en migajas de clase media. Pero muchos otros obtienen beneficios tan estratosféricos que no hay exceso que pueda engullir todo lo acumulado. 

La crisis de Grecia 

Todo esto sucede mientras construímos la Unión Europea. Un acuerdo que elimina la mayor parte de controles nacionales y permite flujos de capital sin fronteras, y una especie de ecosistema perfecto para multiplicar la receta neoliberal. Los países más adinerados encuentran un nuevo mercado, que les permite sobreproducir. En una versión europea del plan Marshall, las empresas financieras del norte expenden generosos créditos al sur, con los que los habitantes del sur pueden comprar los productos del norte. El sistema piramidal de burbujas inmobiliarias, créditos imprudentes, falsas valoraciones, maquillajes financieros y movimientos de capital totalmente desvinculados de cualquier conexión con la realidad halló en Europa su medio perfecto. 

La crisis en Europa es mucho más que una crisis económica: es la crisis política que genera la desactivación de los mecanismos del estado sin que exista un nuevo sistema que lo sustituya. La crisis ha golpeado con mucha más fuerza a las partes más débiles del sistema. Y Grecia es una de las piezas más frágiles del proyecto europeo. Podríamos pensar que el drama griego no es más que la versión local de los errores colectivos. Que la crisis global es el resultado de errores globales y requieren, por tanto, soluciones globales. Pero en este momento se activa el principio calvinista, que identifica problema con culpables. Y se activa el argumento: “Los griegos han estirado más el brazo que la manga”. Si Grecia se hunde es por la incompetencia de Grecia. Son los griegos los únicos responsables del desastre y son ellos los únicos que pueden resolverlo, después de un dura purga, una penitecia por sus pecados. De manera que la respuesta del sistema al problema de Grecia es que las políticas neoliberales (ésas que nos han llevado hasta este agujero) se expandan en el país como canguros por la estepa australiana. 

No hay tertulia ni discusión en internet en la que no aparezca la expresión “por encima de sus posibilidades”. Deberíamos reconocer que desde la aparición de la acumulación de excedentes, las decisiones que tomamos están basadas en supuestos. Si yo tengo una hectárea de tierra y solicito a trabajadores que me ayuden, estoy pagando un jornal sobre la expectativa de cosecha. Y si la cosecha se arruina por un incendio y no tengo seguro, porque pongamos que estamos en el siglo IV y no hay seguros, mi proyección se viene al traste. Y cuando una empresa pide un crédito para financiar una nueva línea de negocio, espera obtener los ingresos que permita devolver el crédito y ganar un beneficio. Pero tal vez la competencia, una ley, un cambio de hábito o un error de cálculo, hagan que no existan beneficios y que la empresa entre en quiebra. Quiero decir que constantemente estamos estirando brazos y mangas. 

Todos tomamos decisiones económicas constantemente. Y estas decisiones (comprar, invertir, ahorrar, prestar, contratar, trabajar) se basan en un contexto. Existe un contexto institucional, que es el que simplifica la información, avala los datos y supervisa los procesos. Los gobiernos, las instituciones, las empresas, los organismos de control, los medios de comunicación, crean un contexto que sirve de orientación para la toma de decisiones. Y en los dos decenios anteriores a la crisis, todos los actores del contexto casi sin excepción no solo avalaron sino que alentaron las decisiones individuales y colectivas que se tomaron en Grecia. Vivíamos en un discurso global, cimentado en recetas neoliberales, que daban lugar a millones de decisiones equivocadas en todos los lugares. Cuando el señor Yanis de Atenas pide un crédito en 2001, toma una decisión basada en la proyección futura del contexto actual; y como el señor Yanis no tiene un Máster en Harvard, se fía de lo que dice su gobierno, lo que dice su banco (alemán para más señas), lo que dice la Unión Europea, lo que dicen los medios, lo que dicen los organismos de control. Le dicen, casi le invitan, que suscriba el crédito. 

La batalla de las ideas 

El desenlace griego es una derivada territorial del error colectivo. Deberíamos esperar, en primer lugar, un mea culpa colectivo y especialmente de los grandes adalides del neoliberalismo. Las huestes post-tatcherianas deberían haber pedido perdón públicamente y se deberían haber retirado como anacoretas a una isla atlántica. Deberíamos esperar, en segundo lugar, una respuesta colectiva, que amortigüe los efectos de las crisis en las capas sociales y los territorios más frágiles. Sin embargo, en un insólito giro argumental, se activa el mecanismo calvinista que señala a los damnificados como culpables. Eso es válido para un sin techo, para un pensionista al que le usurpan sus ahorros, o para un pais entero como en el caso de Grecia. Cae Grecia y cuando el presidente socialista acude a Europa para pedir ayuda recibe el famoso triple no de Merckel. Y un problema global requiere una solución local. 

A partir de 2010, Grecia pasa a ser un país intervenido. Y someten al país a un paquete de medidas neoliberales, que lo único que consiguen es multiplicar la deuda y ampliar el error. Y todo lo que ha pasado en Grecia en los últimos cinco años ha sido recetar a un enfermo una medicina que ya sabemos que no solo no cura, sino que lo empeora todo. Y en el terrible pulso entre Syriza y la troika, aunque están sobre la mesa decenas de informes que confiesan que la austeridad neoliberal solo va a crear más crisis, el resultado es más austeridad. 

Vamos a distanciarnos un poco, para ir acabando. A vuelo de dron. El mundo se ha metido en un atolladero por la destrucción de los mecanismos de control, por la acción coordinada de muchos agentes para imponer un modelo equivocado. A partir de 2008, todas las contradicciones del modelo estallan de forma violenta y pulverizan todas nuestras certezas. Los efectos secundarios de la crisis son terribles en todo el mundo, pero especialmente en las regiones más pobres y en los estratos más pobres. Y en este momento, la culpa-habilidad calvinista convierte a las víctimas en culpables. Se activa una batalla que no es económica, ni social, ni siquiera política: Es ideológica. El neoliberalismo se esfuerza por trasladar la responsabilidad de los cristales rotos solo en unos pocos “que han vivido por encima de sus posibilidades”. Es Yanis, quien pidió un crédito en 2001 para comprar una casa el que estiró el brazo más que la manga, no el bróker de Nueva York con palacete en la Toscana y jet propio. 

Y aquí estamos. Toda Europa mirando a los griegos como irresponables que se jugaron su salario en el bingo, como Dionis que malgastan en drogas, sexo y alcohol. Y aplaudimos la severidad del castigo y avalamos, una vez más, la visión neoliberal del mundo. No se me ocurre más triste epílogo de este drama griego: Los que nos han llevado hasta aquí son los mismos que nos riñen y nos imponen las medidas de respuesta. Todo ello hasta la nueva crisis en la que espero que, por fin, abramos los ojos y señalemos con el dedo a los principales responsables del desastre. Mientras tanto, dos generaciones enteras de un país histórico se habrán perdido por nuestra estúpida miopía.

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